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ANDANZAS DE FEDERICO MORE

ANDANZAS DE FEDERICO MORE
Federico More Barrionuevo

More y los hombres de su tiempo

CARTA DE UN DESESPERADO

Lima, 7 de junio de 1935

Señor don Víctor Raúl Haya de la Torre.

Hoy, Día del Ejército, Día de Arica, día de gloria entre los días peruanos más gloriosos, no debiera ser el más indicado para escribirle a usted que no ama nuestras proezas militares y que piensa en el «compañero soldado» sólo para incitarlo a la rebelión. Pero los acontecimientos, la dolorosa ironía de los acontecimientos, han querido que hoy me toque escribirle a usted esta carta.

Se la escribo, para decirle a usted, una vez más -deseo que no sea la última vez- cuán graves daños le ha causado usted al Perú. No se figure usted que voy a hablarle de la sandez doctrinaria del Apra, ni de la inmoralidad de sus dirigentes, ni de la inconsciencia de sus prosélitos multitudinarios. No. Todo eso lo callarnos por sabido.

Le escribo para decirle que sobre la acción pública de usted, tan breve y tan luctuosa, tan efímera y tan infortunada, pesan dos cargos mortales. Ha suprimido usted a los rebeldes y ha creado asesinos. A los grupos de hombres libres y activos los ha reemplaza­do usted con bandas de fascinerosos. La lucha política la ha conver­tido usted en una pavorosa aventura judicial. Ya en el Perú no hay gobiernistas y opositores. Hay delincuentes y víctimas. Ignoro si usted y sus amigos se dan cuenta del horror de este estado de cosas.

Si, por fortuna nuestra, no estuviera, hoy, a la cabeza del gobierno y al frente de los destinos del Perú un hombre sereno y respetable, un hombre honesto y respetuoso, un hombre tranquilo y firme como el presidente Benavides, nos mataríamos en las calles. Todos, compañero, andaríamos o con el puñal al cinto o con la carabina al hombro. Y de esto, es usted el único responsable.

Si hubiese usted logrado corromper a los hombres y convertir en asesinos a varones de treinta años, acaso le perdonásemos su actuación. Es decir, no se la perdonaríamos; pero la comprendería­mos. Por lo menos, se trataría de crímenes de hombres. Pero ha corrompido usted a los niños. Es usted un violador de conciencias adolescentes. Observe usted lo pavoroso que es todo esto.

Para desgracia del Perú, frente a usted surgieron, en época felizmente concluida, otros tan violentos, tan sanguinarios y tan inconscientes como usted. Y el Perú estuvo a punto de convertirse en una batahola de matarifes dentro de un camal. Esto fue muy breve, porque la inmensa mayoría de las conciencias honradas y de los corazones tranquilos, pudo más que la epilepsia creada por usted. Y concluyó la beligerancia que usted produjo.

Pero después de que el presidente Benavides vino a darnos orden y paz, usted y los suyos fueron los primeros en aprovechar los beneficios de la paz y el orden, usted y los suyos insistieron en el asesinato. Es su método político. En usted, la actividad criminal es congénita.

A la cabeza de sus hordas, ha destruido las tradiciones jurídicas del país, ha pisoteado sus recuerdos heroicos, se ha chingado usted en su dignidad civil, ha roto usted su equilibrio político, ha ensuciado usted su nobleza democrática. Nos ha dejado usted, cívica y espiritualmente calatos y sucios.

Si Leguía destruyó el respeto por la función pública y convirtió en portapliegos a los más altos dignatarios del Estado, usted le ha quitado majestad al pueblo, le ha quitado valor a la masa, ha envilecido usted a la multitud.

Y, por reacción inevitable, ha producido usted el encumbramiento de los ricos necios. En el Perú, ya había muerto el becerro de oro, ese animal hediondo y voraz que tanto prosperó con Leguía. Por obra de las artes criminales de usted y de los suyos, el becerro de oro vuelve a lanzar sus balidos mefíticos y otra vez lo vemos en la prensa y en el parlamento, empeñado en asumir la dirección de los espíritus. Dichosamente, oh, compañero, jamás la animalidad se sobrepuso al espíritu.

Por culpa de usted, tenemos que guardar patriótico silencio los que siempre alzamos, bien alta, nuestra voz patriótica. Entre los ricos necios y los asesinos sin hombría, tenemos que quedarnos con los ricos necios. Son cargantes y fastidiosos; pero no atentan contra la vida de nadie. Nos entorpecerán un poco; nos harán un poco grasos y un poco sórdidos; pero no nos envilecerán nunca. Son gentes digestivas a quienes, a la larga, el cerebro les gana la batalla.

A mí, créalo usted, me da mucha pena ver que, por culpa del APRA, es imprescindible que transijamos con la tontería. Pero entre un tonto y un bandido, no duda ningún hombre de bien. Quién sabe si, por culpa de usted, nos sea preciso terminar hasta en algodoneros.

Acaso concluyamos fundando una casa de préstamos. Triste destino para quienes iniciamos nuestra vida pública oyendo voces patricias.

Yo, joven capitán de niños delincuentes, me formé en la política, escuchando al verbo espiritual de Víctor Maúrtua, las leccio­nes de Javier Prado, la obra de Manuel Augusto Olaechea, ese artista del Derecho Civil. Oí la voz de Nicolás de Piérola y le escuché a don Andrés Avelino Cáceres relatar las campañas de la Breña. Yo, joven capitán de niños delincuentes, conversé, durante siete años, casi todos los días, con Manuel González Prada. Los primeros elogios que escuché en mi vida los escribió la pluma magistral y austerísima de Abelardo Gamarra. Mis compañeros de juventud fueron Abraham Valdelomar, Leonidas Yerovi, Julio Málaga Grenet, José Carlos Mariátegui, César Falcón. Conspiré junto a Augusto Durand y fui testigo de las tumultuosas campañas cívicas de Guillermo Billinghurst, ese hombre tan saturado de pueblo. Lo implacable de la política lo aprendí en Germán Leguía y Martínez, la circunspección distinguida la vi en Melitón Porras, el empuje audaz e inteligente en Arturo Osores, la caballerosidad y el dandismo en José Carlos Bernales. Yo lo conocí a don Ricardo Palma cuando torcía un cigarrillo de la marca «Perú». Yo he bebido en la fuente del ingenio profundo, sutil, encantador de ese maestro de estadistas y de pensadores que es José Balta.

En el extranjero traté a muchas gentes de igual alcurnia mental. Y ahora, cuando mi juventud termina, llego a mi patria, joven capataz de niños asesinos, a presenciar el horrendo espectáculo del crimen convertido en costumbre. Nunca le perdonaré a usted todo esto. Cuando Piérola hacía sus revoluciones, las hacía con una gallardía, con un empuje, con un romanticismo, con una virilidad que sus mismos adversarios admiraban. Era el Caballero Andante de nuestra política.

Quizá habría sido preferible que nunca lo tomáramos a usted en serio. Pero como usted es megalómano y quiere que lo tomen en serio, se ha convertido en gangster y lo ha conseguido. Ya lo tomamos en serio. Todo lo que cae dentro de las extremas disposi­ciones del Código Penal, es muy serio.

Por culpa de usted, José de la Riva Agüero, ese historiador tan distinguido y erudito, tan heráldico, es personaje político. Por culpa de usted es personaje político don Carlos Arenas Loayza, ese Mefistófeles sin Fausto y que del infierno sólo tiene el color.

Carece usted de heroicidad y de grandeza. Carece usted de aristocracia mental y sicológica. El problema del orden público, siempre tan grave en el Perú, hoy es, ante el crimen, el único problema grave. Ya no podemos ocuparnos en mejorar las institucio­nes y las leyes, las costumbres públicas y los hábitos privados. Apenas nos deja usted tiempo para evitar que nos asesinen. Por culpa de usted se ha creado el conflicto religioso y ha desaparecido la universidad.

Usted podrá creer que un hombre que ha producido tantas calamidades tiene grandeza. Y esto es mentira. Tiene dramaticidad, como la tienen un incendio, un ciclón o un naufragio. Es usted deplorable y dramático como un terremoto. A usted, el Perú nunca podrá darle el poder. Es imposible, así como es imposible que la naturaleza le conceda al huracán la dirección del mundo.

Por culpa de usted, nuestras gentes le han perdido el respeto al Poder Judicial y quieren que retornemos a los amargos y remotísimos tiempos en que los hombres se hacían justicia por su propia mano. Y los que aún respetarnos, Ilusos, al Poder Judicial nada podemos decir. Quizá, también, nos llegue la hora de hacernos la justicia por nuestra propia mano.

Por culpa de usted, uno de los mandatarios más austeros, más correctos -en el buen inglés de la palabra-, más bien intencio­nados que ha tenido el Perú, pasa por el injusto e incalificable trance de estar sometido a amargas y apasionadas disputas. Por culpa de usted, le hemos perdido el respeto a lo respetable. Nos ha envilecido usted en grado verdaderamente aprista.

Cuando pienso en la obra consumada por el aprismo, casi me alegro de que estén bajo tierra los grandes amigos de mi juventud y que duerman el sueño eterno mis grandes maestros. Y me da pena que vivan Manuel Augusto Olaechea, Víctor Maúrtua, Manuel Vicen­te Villarán, Arturo Osores, Melitón Porras. Ha encenegado usted a los niños, ha pervertido usted a los adolescentes, ha entristecido usted a los jóvenes, ha desconsolado usted a los hombres maduros y ha ensombrecido usted los últimos años de los viejos.

Ha detenido usted el progreso democrático y el avance liberal y ha prostituido usted, con perversidad infantil, el sentido marxista. Es usted un andrógino de la política, un indiferenciado de la vida pública. Es usted responsable de que vayamos perdiendo el amor a la justicia, ese amor que fue base de la grandeza de Roma y es base de la grandeza de Inglaterra.

Lo único que le falta a usted es inficionar los espermatozoides a fin de conseguir que de los hijos de nuestros hijos nazcan unos fascinerosos. A la mujer, la ha embarcado usted en aventuras varoniles de conspiración y de tramoya pública. Quizá llegue usted a destruir los ovarios de las madres peruanas.

Usted tiene la culpa de que no nos haya sido totalmente posible aplicar la patriótica política financiera del Presidente del Perú. La hemos aplicado nada más que en buena parte. Pero si usted y sus muchachos asesinos no actuasen, los ricos necios no habrían alzado, tan insolentemente, sus voces para oponerse a esa política financiera tan justa y tan exacta y para impedir, felizmente nada más que en parte, su feliz aplicación. Por culpa de usted estamos a punto de que desaparezca la justicia común y la clase media, esas dos grandes conquistas de la civilización en dos mil años de marcha. Cuando la justicia se llama común es porque es para el común de las gentes, porque es justicia de la comunidad; justicia en la cual se refunden los viejos conceptos de la justicia distributiva y de la justicia conmutativa. Cuando la clase se llama media, es porque se ha conseguido el equilibrio de las clases y se ha logrado ese punto fiel donde todos los hombres igualan sus aspiraciones y sus posibilidades. Por culpa de usted, resurgen la plutocracia roñosa y la justicia no igualitaria, es decir, no común.

Mire usted cuantos daños ha producido. Por culpa de usted, yo no puedo decir ahora las tremendas verdades que tanto necesita el Perú. Usted adulteraría esas verdaderas y las convertiría en mentiras. Haría de ellas un vil acto publicitario. Y yo no puedo ni debo ser su colaborador. Mi indignación contra usted llega a este punto: antes que ser su amigo, prefiero ser oligarca. Como no puedo mentir, me callo la boca. Que caigan sobre usted las desdichas provenientes del súbito engreimiento de los tontos y de la repentina prepotencia de los criminales.

Nosotros haremos cuanto esté en nuestras manos para evitar que la tontería y el delito destruyan al Perú. Al Perú, que vale mas que usted, aunque solo sea por la razón de que usted es el Perú con signo negativo. Si es verdad que lo inminente se cumple, morirá usted en manos de un niño.

Federico More

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA
BAZÁN AGUILAR, Jhon. Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesca. (08/11/ 2012), Lima, Fondo Editorial Revista Oiga (978-9972-2925-5-2).

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA
BAZÁN AGUILAR, Jhon. Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesca. (08/11/ 2012), Lima, Fondo Editorial Revista Oiga (978-9972-2925-5-2).

sábado, 18 de febrero de 2012

Diario El Comercio, Edición de la mañana., pagina 5, Febrero 2, de 1954

VAMOS A VER A CUÁNTO ASCENDÍA, EN 1910,
EL COSTO DE VIDA DE UN ESTUDIANTE

La crisis financiera se produce cuando no hay equilibrio entre los salarios y los costos. Si usted gana cien soles al mes y esto le basta para vivir, no hay crisis. Pero si, de pronto, por inflación o por desvalorización, usted no puede vivir con menos de trescientos soles al mes y sigue ganando cien, el equilibrio se ha roto y sobreviene la miseria. Si, en cambio, al subir la vida a trescientos, el sueldo de usted también sube a trescientos, no hay crisis. Hemos hecho una formulación simplista, porque la peripecia económica se relaciona con innumerables factores. Vamos a ver cómo era, en Lima, la vida de un estudiante en 1910. No nos referiremos al estudiante limeño, porque ese vive en su casa familiar. No es, pues, la expresión de un presupuesto. Escogeremos al estudiante provinciano, cuya familia disfruta de dorada medianía. El muy rico no es un índice económico. El muy pobre tampoco. Esta es la fuerza de la clase media. Digamos que el estudiante es arequipeño y quiere estudiar Medicina. Tiene que venir a Lima. Pasaje de Arequipa a Moliendo, seis soles. En ferrocarril, porque, gracias a Dios, no hay carreteras. Estada de unas horas en Moliendo, cuatro soles. Hagan ustedes el favor de llevar bien la cuenta. Pasaje, en vapor, de Mollendo al Callao, treinta y tres soles. Gracias a Dios no hay carretera. Gastos de fletero en el Callao, un sol. Sigan ustedes llevando la cuenta. Traslado a Lima hasta la casa de un paisano, que también estudia Medicina, un sol. Ese día era preciso almorzar con el paisano y estar con él hasta encontrar cuarto. Vamos a gastar con esplendidez. Ese día nos cuesta diez soles. Encontramos el cuarto: veinticinco soles mensuales y mes adelantado. En el cuarto nos ponen todo, ropa de cama, toallas y los muebles indispensables. Hay limpieza y decoro. Ya tenemos a nuestro flamante universitario decentemente instalado y con un mes de alquiler a su favor. Todo ha costado setenta y nueve soles. Empiezan las clases y nuestro estudiante debe desayunarse. Para ello tiene un cafetín amable y correcto en la calle Lescano, y otro, no menos atrayente, frente a la Facultad de Letras. No son los únicos, son los que nuestro estudiante tiene al paso. Una taza de café con leche y dos panes con mantequilla, quince centavos. O la misma taza de café con leche con dos panes con chicharrón, veinte centavos. Y aquel pan era pan, y aquella mantequilla era mantequilla, y aquella leche era leche, y aquel café era café. Como todo tiene término en la vida, las clases mañaneras llegan a su término y surge la hora del almuerzo. Nuestro estudiante no es un ricachón; tampoco es un pobrete. Puede darse el lujo de almorzar en el Franco-Peruano. Un cebiche –o sebiche–, unos frejoles negros con arroz y un bisté, treinta centavos. El bisté tiene algo así como un metro cuadrado. Una compota de orejones, diez centavos. Pan y café, cinco centavos. Quiere decir que el desayuno y el almuerzo han costado ochenta y cinco centavos. Otros veinte centavos en la merienda. El mismo café con leche, el mismo pan pinganillo, el mismo café, la misma leche, los mismos chicharrones. Pongamos setenta centavos para la comida, y conste que es un precio de lujo. Hemos gastado un sol con setenta y cinco centavos. Lo que hace al mes cincuenta y dos soles con cincuenta centavos. Que, añadidos al alquiler del cuarto, suman setenta y siete soles con cincuenta centavos. Nuestro estudiante duerme y come. Su pensión mensual es de ciento cincuenta, y aparte, sus padres le pagan los libros y los gastos escolares. Un terno vale treinta soles y un par de zapatos ocho. El lavado de ropa es barato. Nuestro estudiante vive bien. Sin lujo y sin dispendio; pero bien. Claro está que se trata de un estudiante organizado, de un niño formal, si tal cosa existe en el mundo. No falta una enamorada, que lo aleja del café y del billar. Tres veces a la semana hay que almorzar o comer en casa de uno u otro pariente, pues nuestro estudiante provinciano tiene algunos en Lima. Gentes honestamente acomodadas. Tallarines o ravioles los jueves. Pollo o pato los domingos. Parece que en Lima se ha cumplido el ideal de Enrique IV, aquel rey de Francia que quería que todos sus súbditos comiesen gallina los domingos. La tanda en el teatro vale nada más que veinte centavos. Muy de tarde en tarde, una o dos copitas de pisco, que, por aquel entonces, aún no era de azúcar y menos de alcohol de madera o de alcohol de maíz. Las tardes son para estudiar, las mañanas son de clases. Hay que robarle algunas horas a la noche para ir a ver a la chica, para ir al teatro y, de cuando en cuando, para bailar en algún sitio no muy santo. Además, siempre hay el recurso de enfermarse prudentemente y de tarde en tarde. Enfermarse lo suficiente para que papá y mamá se asusten un poco y manden un extra. No asustarlos tanto que sean capaces de viajar a Lima. Nuestro estudiante es un muchacho decente. Suele tomar helados donde Nove. Pero nada le gusta tanto como ciertas dulcerías que hay en el Cercado. También conoce, abajo del puente, algunos misteriosos lugares donde venden unos tamales miríficos. En la calle de San Diego hay un restaurantillo donde hacen, los domingos, un chupe de camarones que quita el sentido. Además, un sol de entonces es siempre un sol. No existe el temor de que el cambio suba o baje y de que de repente resulte que el sol vale ocho reales. Todavía nuestros periodistas no han aprendido a hablar de la balanza de pagos y de la balanza comercial. No tenemos financistas; pero tenemos finanzas. Donde no hay médicos no hay enfermos. Las enfermedades y los enfermos son la secuencia natural de los médicos. Aumente usted médicos y aumentará enfermos. En este ambiente idílico y paradisíaco se desenvuelve la vida de nuestro estudiante. Nunca se le ha ocurrido hacer huelgas, ni formar partidos políticos, ni salvar al Perú. Sabe que el cumplimiento de sus deberes cívicos empezará cuando se haya graduado y salga de la Universidad. Entre tanto, debe ocuparse seriamente en estudiar sus libros, en escuchar a sus maestros, en asistir a clases, en administrar de la mejor manera sus cinco soles diarios, en tener contenta a su chica y a no cometer sino travesuras y mataperradas confesables. En verano, hay que volver a la tierra. Ahí suspira una prima que espera que el primo sea doctor. En aquellos patriarcales tiempos, los muchachos siempre tenían una prima que los esperaba. Y a veces los esperaba toda la vida. Cierta vez, a un cuarterón le dijeron: cualquiera tiempo pasado fue mejor, y el cuarterón proféticamente replicó: cualquiera tiempo futuro, más pior. Quiera Dios que nunca se cumpla tan horrendo vaticinio. A lo único a que hay que aspirar es a que los sueldos guarden relación con los salarios y a que las monedas sean siempre iguales a sí mismas. Que sean como las personas bien educadas, que nunca cambien de genio. No es correcto eso de que despertemos a pagar dos soles con veinte centavos por un litro de esa agua blanca que llamamos leche y que, ayer, costaba un sol ochenta. Supongamos un marido que le entrega diariamente a su mujer, cincuenta soles. Llega un día en que esos cincuenta soles son solo cuarenta. Después treinta. Nada ni nadie resiste a tan feroces cambios de temperatura. La temperatura igual es signo de salud. La no alteración de las costumbres y de las monedas es signo de felicidad. Por lo menos de la humilde felicidad al diario, que es lo menos que podemos pedir.
F.
Diario El Comercio, Edición de la mañana., pagina 5, Julio 29, de 1950.

¿SABEMOS EXACTAMENTE CÓMO ES LA HUACHAFA?

En este caso, como siempre, el diccionario está casi bien. Por aproximación, define así a la huachafa: “Huachafo. Femenino. Peruanismo despectivo. Muchacha que presume de elegante y carece de gusto para vestirse. Vulgar. Amanerada”. La definición vale algo. En primer lugar, no se trata de un peruanismo sino, más restringidamente, de un limeñismo. Claro que como tal, es peruanismo.
La palabra no tiene, gracias a Dios, origen quechua ni origen aimara. No se deriva de nada nazqueño o chimú. Es limeña de Lima y, probablemente, con el más limeño de los orígenes que puedan tener las cosas de limeñas. Es bajopontina. Nosotros diríamos traspontina, como en Roma se dice trastíberíana, es decir, tras el Tíber. Pero no vayamos contra el uso, amo del idioma. Por fortuna, la palabra huachafa no puede venir del quechua guacho o huacho, porque no hay relación ni similitud en el significado de la palabra quechua con el de la palabra limeña. Por otra parte, es bien sabido, en la parla popular limeña, que la influencia del quechua ha sido y es poco menos que nula. El siútico chileno tiene algo del huachafo limeño. Pero nada más que algo. El shocking dista mucho de nuestro huachafo. Lo que más se parece es el cursi español. Veamos el diccionario: “Cursi. Adjetivo familiar. Dícese, de la persona que presume de fina y elegante, sin serlo. Usase también como sustantivo. Aplicase a lo que, con apariencia de elegancia o riqueza, es ridículo o de mal gusto”. Esta definición se puede aplicar a la palabra huachafa. Pero en el limeñismo hay innumerables matices. La huachafería es una verdadera clase social con su música, sus comidas y sus costumbres, todo peculiarísimo.
Entre todos los escritores limeños que se han asomado a las intimidades de la huachafería, a nuestro juicio sólo dos aciertan: Fausto Castañeta y Eudoxio Carrera. Después Yerovi entrevé algo. Hay un vislumbre de la huachafería en Luis Aurelio Loayza. Quizás Eulogio Menacho habría sido el más grande escritor de la huachafería, de no haber disipado su vida y su ingenio en vivir a las huachafas. Nadie las conoció tanto. Fernando Soria, en algunos de sus esbozos teatrales, también entrevió a la huachafa. Nadie iguala a Castañeta y a Carrera. La huachafa no debe ser, necesariamente, muchacha diablo con el consonante, pues el tipo abunda entre las viejas. Y las hay de nacimiento y las hay de adaptación. No siempre carecen de gusto para vestirse. De lo que carecen casi siempre es de medios. Esto lo vemos en el hogar de doña Caro y sus hijas. Son mucha las huachafas que, en posesión de buenos soles, se vistieron maravillosamente y hasta lograron buenas maneras. Pero, entonces, ya no eran huachafas. Los limeños siempre han gustado mucho de la huachafa y la huachafa nunca ha podido soportar al provinciano. Sobre todo, al hombre de la sierra. Hoy, debe haber cambiado todo esto, ya que el problema de limeñizar al Perú se ha trasformado en otro, que está casi resuelto: provincializar Lima. Ya no hay, en Lima, el viejo desdén hacia el serrano y, probablemente, en el serrano ha desaparecido o se ha atenuado mucho – el resentimiento contra el limeño. Este problema de batidora es de los más graves que haya tenido el Perú. Si lo heterogéneo es lo que más nos daña, homogeneizarnos es el remedio. Pero que no se cumpla la ley aquella según la cual la mala moneda desplaza a la buena. La huachafa representa nuestro deseo de superación. No admite salir a vender maní a las calles o sentarse en las esquinas a expender malos bocados. La huachafa es limpia y remilgada. Quizá en su remilgo está su definición. Quizá Moliere en “Las preciosas ridículas”, antevió a la huachafa. Shakespeare barrunta a la huachafa en “Las alegres comadres de Windsor”. Para todo hombre de buen gusto, Brummell y Oscar Wilde serán, siempre, huachafos, y que no parezca esto una herejía. Un dramaturgo uruguayo, Florencio Sánchez, algo vio de la huachafa en su comedia “Mi hijo el doctor”. Y también don Jacinto Benavente en “Lo cursi”. Serafín y Joaquín Álvarez Quintero también presienten a la huachafa cuando escriben “Las de Caín”. Pero la huachafa será perfectamente conocida sólo cuando “Doña Caro” sea perfectamente escenificada y se logre una síntesis de ella con “El doctor Copaiba”.
Allá por el año 1916, varios muchachos compusieron el Código de la Huachafa. Y el artículo cuarto dice: A la perfecta huachafa se la conoce en su irresistible propensión a hablar en diminutivo. Nosotros añadiríamos: y en su invencible propensión a compadecer a todo el mundo. Veamos el fragmento de un dialogo. Una huachafa se encuentra con cierta amiga de situación cómoda y, entre otras preguntas, le hace éstas:
– ¿Y cómo están tus hijitos? ¿Están buenitos?
– Felizmente – contesta la amiga.
– Vaya – asegura la huachafa –. Me alegro. Pobrecitos.
Y uno se queda pensando por qué son pobrecitos. Gozan de buena salud y de hogar confortable. Pero la huachafa necesita compadecer. La huachafa es terriblemente egocéntrica y nunca deja de ocupar el primer lugar. No diga usted, delante de ella, que en la confitería de Nove preparan los mejores pasteles. La huachafa sonríe despectivamente. Nove... vaya... vaya... un pastelerito de tres al cuarto. Y así es en todo. Nada hay, para la huachafa, más encantador que ser madrina. Cuando sus ahijados la bazuquean, en la boca de la huachafa se forma un holgorio gluglutearte de diminutivos. No hay que olvidarse de que el diminutivo es la forma instintiva del lenguaje del amor. Cuando el gato ronronea, ¿quién puede asegurarnos que no está hablando en diminutivo? El arrullo de la paloma, ¿no será una forma de diminutivo? Lo que pasa con la huachafa es que usa el diminutivo exactamente cuando no debe usarlo. A la huachafa pertenecen palabras tan absurdas y burdas como “saludcita” y “permisito”. El diminutivo requiere intimidad. Debe ser usado “cuando se tiñen de carmín las sombras”.
En su libro “Tirano Banderas”, donde trata de hacer un batido o un frangollo de todos los americanismos con el español de España, Don Ramón del Valle Inclán usa y abusa del diminutivo. La verdad es que en ese libro uno de los mejores de Don Ramón– lo que abunda es el mejicanismo. Nuestra huachafa no carece de espiritualidad y de ternura. Gusta de agasajar y de esparcir alegría. Por desgracia, quiere hacer todo esto en la misma forma en que los millonarios hacen todo lo contrario. Un banquete a la de verdad, de aquellos de mantel largo y vino añejo, es algo tan aburrido que sólo van a él los que tienen el compromiso de hacerlo. ¿Cuándo apareció la huachafa en Lima? No sabemos. Don Ricardo Palma no la registra. En cambio, Clemente Palma, en las famosas crónicas taurinas que firmaba con el seudónimo de Corrales, ya nos la presenta. La huachafa es hospitalaria y no es mujer fácil ni entregadiza. Tiene en muy alto su punto de honra y, cuando ama, es en forma conmovedora. Lo que sí exige es que todo el mundo se entere de que ella manda en su casa y que su marido la adora. Cuando se casa, generalmente es fiel, en lo cual se asemeja a las grandes damas. Porque dama que cae en adulterio no es ni dama ni grande. Lo encantador en la huachafa es que no se da cuenta de que es mujer del pueblo enemistada con su medio. Tiene, en eso, algo de caballero andante. Vive, siempre, entre príncipes y magnates. Cierta vez, Eulogio Menacho, almorzando con unas amigas huachafas o huachafas amigas, si ustedes lo prefieren – vio que una de ellas se metía el cuchillo a la boca, para comer pescado. Eulogio hizo inmediatamente lo mismo. Gesto de gran señor. La huachafa quedó convencida de que esa era la verdadera forma de usar el cuchillo y de comer pescado. Eulogio, cuando iba a visitar a sus amigas, siempre les decía que había abandonado la residencia tal o el club cuál. Y les hablaba en constante diminutivo. Penacho era pierolista perdido y, cierta vez, le oímos esta blasfemia:
- Adoro a don Nicolás porque lo encuentro un poco huachafo.
La verdad o no, blasfemia o no, salía de los labios de un pierolista. Las huachafas no eran pierolistas. Eso de partido Demócrata les resultaba feo. Quizá la huachafa de Fausto y de Eudoxio ya no exista, pero la huachafería se ha enseñoreado de la ciudad donde nació y donde pulularon sus adoradores. Hoy, acaso no haya huachafas, pero la huachafería es endémica. Todo tiene su tiempo: hubo tiempo de huachafas. Estamos en el tiempo de la huachafería. Pero recordemos siempre a esas buenas y sencillas muchachas y a esas amables viejas que lo único que nos pedían era que las tratáramos un poco versallescamente. Lo cual era fácil porque las pobres nunca tuvieron ideas acerca de Versalles.
FEDERICO GUILLERMO MORE
CANDIDATO Á LA DIPUTACIÓN SUPLENTE
POR LA PROVINCIA DE PUNO

Esbozo biográfico

Federico Guillermo More nació el 21 de enero de 1888, y son sus padres el Coronel don Federico More y la señora Julia Barrionuevo. Pocos representantes quedan ya de las familias More y Ruiz, y, entre ellos, es hoy, Federico Guillermo, el que representa el glorioso abolengo de todos los suyos, porque en su persona recaen las muy ilustres prerrogativas de sus antecesores directos, los Marqueses de Feria y Valdelirios y Condes de la Vega del Ren, descendientes del primero que ostentó esos títulos, el Excmo. Señor don José Ignacio Bustamante de Vega y Cruzat, llegado a Ayacucho cuando mediaba el siglo dieciocho.
Federico Guillermo More, siendo muy niño, fue llevado á Lima, y no volvió á Puno hasta los siete años, tras corta permanencia en su tierra natal, volvióse á Lima, ciudad en la que estuvo hasta 1900; desde ese año hasta el 1904 residió en Arequipa, y desde 1904 á 1906 otra vez en Lima. Desde 1906 hasta 1910 residió en la hacienda de sus padres, y hacía frecuentes viajes á Puno, hasta que, en 1910 regresó á Lima donde volvió nuevamente, en 1912, á su hacienda, visitando siempre Puno, hasta el momento en que éstas líneas escribimos.
Nada diremos de su personalidad social, harto conocida y apreciada en todos los círculos del Perú. Su personalidad literaria, su infatigable labor de conferenciante y periodista, son los puntos que, sucintamente, trataremos. More, empezó escribiendo en “El Siglo” de Puno, en “El Comercio” del Cuzco, “El Lucero” de Lima, y “La Bolsa” y “El Pueblo” de Arequipa. En 1906 vieron la luz sus primeras publicaciones. No dejó de publicar un momento en los citados periódicos, hasta agosto de 1910, año en que su vida literaria cambió de campo y de actividad. Es autor de un folleto de versos, “Miosotis”, que vio la luz en 1908, en Arequipa, y dentro de poco, saldrán otros dos libros suyos,”Theoría Máxima”, verso, é “Inquietudes”, prosa, editados en el extranjero y que ya han sido anunciados por la prensa nacional.
En Arequipa, se encontraba More, en 1910, cuando llegó la excursión de universitarios limeños, y él, More, acompañó á los excursionistas hasta el Cuzco, como Corresponsal de “El Deber”, periódico clerical. Hay que advertir que More buscó exprofesamente esa corresponsalía, por tratarse de un periódico católico al que More, radical desde los principios de su actuación, quiso jugar una trastada. Efectivamente, el ardoroso discurso de More en la Universidad del Cuzco, exaltó a “El Deber” que empezó á insultar a su Corresponsal, un corresponsal que había servido á su periódico con toda puntualidad, como consta del detallisimo servicio telegráfico que entonces publicó “El Deber” sobre la actuación de los excursionistas en el Cuzco. Aquel discurso que originó duelos y acérrimas controversias, valió a More un viaje á Lima, llevado triunfalmente por los excursionistas.
Llegó á Lima en los días de las fiestas de primavera, y, considerado en el programa de esas fiestas, conferenció en el Centro Universitario de la Capital: esa su co[nfe]rencia sobre” la juventud [peru]ana”, le valió el más completo triunfo, y, desde entonces estuvieron para él abiertas las columnas de todos los periódicos limeños. Y colaboró en “La Prensa”, en “Variedades”, en “Ilustración Peruana”, en “Los Balnearios” y en “La Opinión Nacional”. En este último periódi-co fue, durante diez meses, redactor en jefe, escribiendo la sección “Alrededor de la crónica”, diariamente. Después intervino en la fundación de “La Crónica”, teniendo a su cargo, en este gran diario, las secciones “Vida teatral” y “Murmuraciones, de crítica ambas. La c[rí]tica es el campo donde More ha desarrollado sus más intensas actividades. Las “cabezas” que publicó en “Ilustración Peruana” ha tenido resonancia continental. Sus formidables ataques a Gálvez y Sassone, originaron un fuerte movimiento literario, y, como ironista, lector incansable y productor continuo, figura entre los más asiduos y entusiastas.
Después prologó “Nenúfares”, libro de versos del distinguido poeta limeño, Alejandro N. Herrera.
Su enérgico relieve de polemista, su intrepidez al atacar su entusiasmo por la propaganda, le dan lugar preferente entre los hombres de corazón, y ya Puno lo ha visto luchar, en 1909, defendiendo una candidatura é impugnando la fundación de un convento.
Hoy, More afirma que el Perú no está en estado de cultura para la lucha religiosa puramente doctrinaria.
La actuación de More culmina cuando realizó su viaje á Venezuela como Corresponsal de “El Diario” de Lima. Entonces, cuando toda la prensa de América trató de desvirtua[r] la acción de la diplomacia peruana en Caracas, More desde “El Diario”, puntualizó los acontecimientos, dijo la verdad, y, aunque provocó una virulentas respuestas en el Ecuador y Colombia, salvó el prestigio de los plenipotenciarios del Perú, y, sus doce crónicas publicadas en agosto de 1911 en “El Diario”, dan fé de su ardorosa defensa en pró del prestigio internacional de su Patria.
Después continuó escribiendo en Lima, en “Letras” y “El Fígaro” de La Habana, “El Tiempo” y “El Universal” de Caracas, y sin descanso en su labor de conferencista. Sus más notables conferencias son las que “sobre los poetas jóvenes del Perú”, ofreció en el Centro Universitario de Lima y la que sobre la raza indígena pronunció en Lima, también en la Confederación de Artesanos. Ambas conferencias provocaron apasionadas discusiones en la prensa y en los círculos intelectuales. Es miembro, en Lima, de la Sociedad Conservadora de Monumentos Históricos y Obras de Arte, y de la Sociedad “Gente de Letras”, en París.
Como homo de trabajo se le ha visto, literariamente, producir, en Lima y en el extranjero, veinte artículos semanales, sin descansar, durante dos años, y su seudónimo de Stylo es harto conocido en el continente.
Riva Agüero habla de More, en su artículo escrito para la Biblioteca Internacional; Mostajo, en Arequipa, en la revista “Prisma”, le dedicó, una elogiosa crítica en diciembre de 1908; a” propósito de una conferencia que ofreció sobre Chocano, Lugones y Darío, le dedicó “Variedades” de Lima, otro artículo elocuentemente encomiástico; “Balucarios” también, en agosto de 1912, le dedicó otro artículo, y otro más le ofreció:” El País”, en noviembre de 1910.
En los días del Congreso Estudiantil de Lima, ofreció á los congresales una lectura de versos, en el Teatro Municipal, durante una velada en la que tomó parte don Mariano H. Cornejo.
Después, realizó su famosa conferencia en el Teatro Olimpo de Lima, en la que trató sobre la Sicalipsis y la Mujer de Teatro.
Sus últimas actuaciones las ofreció en Arequipa, en el Teatro Fínix, sobre “Literatura y Periodismo”, y en Puno, en el Salón Teatro, “sobre la Filantropía, el Trabajo, la Caridad y el Amor”.
En las últimas fiestas del Centenario de las Cortes de Cádiz, Zoila Aurora Cáceres, la distinguida escritora, pronunció en el Ateneo de Madrid una conferencia sobre los “poetas jóvenes del Perú”: en esa conferencia, More fue objeto, por parte de la señora Cáceres, de los más calurosos elogios.
Pero lo que más relieve presta á la personalidad de Federico Guillermo More, es su vida aventurera de bohemio, sus agitaciones de hombre de mundo, y su entusiasmo por todo lo que, en algún sentido, fue prenda de belleza. Puno aún no conoce a este hombre admirable que, con la risa en los labios y la ironía en la frase, libra las más crudas campañas, provoca los más violentos incidentes y origina el más formidable levantamiento de pasiones. Cuando él aparece, la borrasca se anuncia; sabe conocer á los hombres, y pocos son los que le aventajan en el acto de deslindar sinceridades, desenmascarando á los malos y enalteciendo á los buenos.
Tal es el hombre que, en España, es noble, porque, en gloriosa serie de hijos legítimos, desciende del Marquesado de Feria y representa sus títulos, porque, quien les representaba, el Sexto [M]arqués de Feria y Valdelirios, murió en Lima, en 1911, siendo senador por Ayacucho; tal es el hombre que en Puno, es honor de toda estirpe, porque un Barrionuevo, Capitán de las Milicias Reales y una Choquehuanca, hija de vieja y noble raza, dieron principio á esa genealogía insigne. Es nieto, Federico Guillermo More, de un Magistrado que dio gloria á Puno, y sobrino carnal de un héroe que da honor al continente: la Corte de Puno y el Morro de Arica cuentan su egregia historia.
Y, en estos momentos, Federico Guillermo More, es candidato á la diputación suplente por el Cercado de Puno. Su talento, su abolengo, su nombre de escritor, su personalidad diplomática y su brillante sugestión personal, Le hacen digno de toda honra.
Y queremos creer que el pueblo de Puno sea digno de More, porque si More no triunfa, solo queda para Puno, el desdoro de enviar representantes tan poco hombres que hubo alguien que les llamó mujeres.
Pueblo de Puno: el talento y la honradez glorifican, es preciso elevar á los que brillan y More es digno de toda elevación.
Puno, 12 de abril de 1913
EL INCA